El niño que conocía las setas
Desde el día que el profesor les comunicó que
el Consejo Escolar había aprobado la actividad de visitar el bosque de Aldea de Santa Foz, él no pensaba en otra cosa.
Sabía que era una gran oportunidad y que tenía
que aprovecharla.
Llevaba poco tiempo en el colegio y muy pocos
niños eran sus amigos. Todos los demás niños ya llevaban tres años juntos, pero
él no había asistido a los cursos preescolares porque como no eran obligatorio
y sus padres que estaban cualificados para enseñarle no quisieron llevarle.
Ellos lo estuvieron preparando en casa. Su madre había sido profesora de
Filosofía en el instituto Pío Baroja de Madrid y su padre, ingeniero de
telecomunicaciones, había trabajado para Telefónica.
El porqué sus padres habían dejado sus puestos
de trabajo y se habían trasladado hasta este lejano y olvidado lugar, él se
enteró un día en el que sus padres se lo contaron —en su presencia— a
Crescencio, el único habitante que en estos momentos había en el pueblo. Sus padres estaban
hastiados de tanta contaminación atmosférica y de tanta contaminación acústica
y de tanta contaminación humana: políticos gaznápiros asalariados de las
multinacionales y banqueros embadurnados de falsas promesas que tienen
establecido el enriquecerse rápido como prurito.. Periodistas nada liberales
que actúan siempre buscando el interés del dueño que les firma sus cheques; una
sociedad más pendiente de las vergüenzas
y de los sinvergüenzas que de los
verdaderos problemas de la sociedad: paro, inseguridad, educación, sanidad,
etc.
En Aldea de Santa Foz habían conocido la
felicidad de la vida rural. Ellos tenían un huerto donde sembraban casi todo lo
que necesitaban. Estaba rodeado de gran cantidad de árboles frutales y poseían,
también, una granja con gran variedad de animales incluyendo unas colmenas de
donde obtenían una miel de excelente calidad.
El bosque de Aldea es famoso por poseer una de
la masa forestal más variada de toda Europa. En él nos podemos encontrar con
diversos tipos de robles (marojo, albar, quejigo, carballo), hayas, fresnos,
arces, álamos, tejos milenarios, abedules, abetos, acebos y pinos. Habitan
también gran cantidad de animales: corzos, jabalíes, martas, ardillas, gatos
monteses, y el impresionante lobo. Es un
lugar donde los entomólogos y los micólogos pueden disfrutar eternamente.
Con su padres había andado todo los alrededores
aprendiendo a distinguir los distintos tipos de árboles, muchas variedades de
plantas y sus utilidades, así como bastantes fuentes, algunas de las cuales las
habían recuperado para su uso ya que cuando ellos llegaron estaban bastantes
deterioradas.
Una de las cosas que más le gustaba era
sentarse con sus padres en el espesor del bosque y escuchando el trino de los
pájaros ir distinguiendo a cada uno de ellos. Así si escuchaba el “scaaac,
scaaac” ya sabía que era el arrendajoque tiene por costumbre avisar a todos
sus compañeros de la presencia humana; si escuchaba el “tichi-tichi,
tichi-tichi” sabía que correspondía a un carbonero; el ruiseñor emitía un “ uit
– carr, uit carr “ que lo delataba. También había aprendido a distinguir las
rapaces en vuelo y, sobre todo, había aprendido a respetar toda la naturaleza.
El día 25 estaba próximo y ese día todos los
niños de clase vendrían a conocer el bosque en el cual él pasaba tanto tiempo
disfrutando y aprendiendo. La víspera a ese día él no había podido dormir y
mucho antes de la diez—hora a la que tenían previsto llegar sus compañeros— ya
estaba en la plaza esperando al autobús. Este no se hizo esperar y justo a la
diez en punto arribaba a su destino. Cuando el conductor abrió la puerta salió
primeramente los dos profesores y luego,
en buen orden, las niñas y los niñas deseosos de pisar tierra y poder
estirar las piernas.
Tan solo Casilda, una niña rubia, de cara
redonda, ojos negros y el rostro lleno de diminutas pecas se acercó a Raúl y lo saludó.
—Buenos días, Raúl.
—Buenos días, Casilda. ¿Qué tal el viaje?
— ¡Puuf! No ha sido muy largo y espero disfrutar mucho aquí.
Al poco tiempo de llegar allí el autobús, y cuando
el profesor había colocado a los niños en orden para iniciar la marcha llegaron
los padres de Raúl y le dijeron a los profesores que si no le parecía mal a
ellos, los niños podrán visitar primero la huerta y la granja y luego hacer su visita al bosque. Los profesores no
pusieron pega y además estaban encantados de que los niños pudiesen ver al
natural esos animales que solo conocían
por las imágenes de los libros de texto.
Lo hicieron según lo acordado y empezaron por
la huerta y los árboles frutales, que en esta época del año pocos eran los que
tenían frutos. Matilde, una niña esbelta, portadora de unos bellos ojos azules
y una larga melena azabache le pregunta al padre de Raúl:
—Señor padre de Raúl, ¿los pájaros no les comen
las cerezas?
El padre de Raúl mira a la niña y le dice:
“Perdón, no me he presentado. Me llamo Isidro y mi mujer Verónica. Y sí, sí que
los pájaros me comen algunas cerezas,
pero por aquí hay mucha comida y siempre nos dejan las suficientes para
nosotros. Aquí no es como en la ciudad que ellos tienen menos comida y hacen
más daño a los frutales.
Luego le toco el turno a la granja y allí los
niños disfrutaron mucho más que en la huerta, viendo a los animales. Había:
conejos, gallinas, pavos, codornices, palomas, un perro y un burro. A los niños los dos animales que más
le llamaron la atención fueron: Nigeriano y Platero. Nigeriano es un mastín enorme
totalmente negro y Platero un burrito casi en su totalidad blanco si exceptuamos
su mancha negra en el hocico. A las niñas les impresionaron más los gazapos
porque se dejaban acariciar, eran muy suaves y había de varios colores y
tamaños.
Llega la hora de visitar el bosque y los niños
tuvieron que dejar sus animales, colocarse en orden, despedirse de Isidro y
Verónica e iniciar en silencio su recorrido. Durante el recorrido los profesores
iban explicándoles los árboles que se iban encontrando, que arbustos, les
mostraba los diferentes tipos de hojas y en aquellos que todavía tenían frutos
además les enseñaba algunas de sus utilidades.
Era cuando atravesaban un tramo de pinos cuando
Arturo vio una seta, se abalanzó sobre ella y señalándola le preguntó al
profesor qué seta era. Ninguno de los dos profesores era un entendido en el
tema, así que Raúl dándose cuenta del hecho fue y le dijo a Roberto que esa
seta era una Amanita muscaria que también la llamaban seta de los enanitos y en
otros lugares matamoscas porque antiguamente se usaban para matar a las moscas
aprovechando su toxina.
— ¿Y qué es la toxina? — le preguntó Noelia.
— Un veneno que contiene la seta – le respondió.
Así continuaron su caminata y cada vez que
aparecía una seta era Raúl el encargado de explicarles su nombre y si era buena
o dañina. Entre otras se toparon con el níscalo (Lactarius deliciosus) y Raúl
les comentó que si los comían iban a orinar naranja, pero que no se alarmasen
que no pasaba nada por ello; con un grupo de Aleuria aurantiaca, que como son
tan pequeñas y de un color naranja tan bello les gusto a todos; con la molinera
(Clitopilus prunulus) así llamada por su fuerte olor a harina y les explicó que
era difícil de distinguir y había que tener mucho cuidado porque se confundía
con otras muy venenosas; con la Armillaria mellea que huele a miel y crece en grupos sobre
tocones de árboles; con unos Boletus edulis que es una de las setas más
apreciadas y buscadas por los seteros de todo el mundo; con la Amanita
phalloides que con su color verde oliva y su buen olor camuflaba el ser la seta más mortal de todas
las que salían en el bosque.
A las una y media pararon en una campa cerca de
una fuente para que los niños tomasen los bocadillos que les habían preparados
sus papas.
Serían ya las cuatro de la tarde cuando
decidieron volver. Los niños iban cansados, así que venían muy pacíficos y casi
todos traían alguna hoja, alguna seta o incluso una piedra si eso le había
llamado su atención. Serían sus trofeos, los que enseñarían, luego, bien ufanos
a sus padres.
Los padres de Raúl ya los estaban esperando les
preguntaron qué tal les había parecido el recorrido y para compensarles su
agotador trabajo le regalaron a todos un pequeño queso que habían fabricado ellos
mismos.
Los niños se alegraron muchísimo con el queso ya que así podían regalar a sus
papás algo más sustancioso. Y así se despidieron de Raúl y de sus papás.
Para Raúl ya solo quedaba saber cómo le
recibirían los niños el próximo día en el colegio. Él quería que todos fuesen
sus amigos y que todos jugasen con él.
Esta noche sí que durmió placenteramente.
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