martes, 29 de noviembre de 2016

El niño que conocía las setas



El niño que conocía las setas

Desde el día que el profesor les comunicó que el Consejo Escolar había aprobado la actividad de visitar  el bosque de Aldea de Santa Foz, él no pensaba  en otra cosa.
Sabía que era una gran oportunidad y que tenía que aprovecharla.
Llevaba poco tiempo en el colegio y muy pocos niños eran sus amigos. Todos los demás niños ya llevaban tres años juntos, pero él no había asistido a los cursos preescolares porque como no eran obligatorio y sus padres que estaban cualificados para enseñarle no quisieron llevarle. Ellos lo estuvieron preparando en casa. Su madre había sido profesora de Filosofía en el instituto Pío Baroja de Madrid y su padre, ingeniero de telecomunicaciones, había trabajado para Telefónica.
El porqué sus padres habían dejado sus puestos de trabajo y se habían trasladado hasta este lejano y olvidado lugar, él se enteró un día en el que sus padres se lo contaron —en su presencia— a Crescencio, el único habitante que en estos momentos  había en el pueblo. Sus padres estaban hastiados de tanta contaminación atmosférica y de tanta contaminación acústica y de tanta contaminación humana: políticos gaznápiros asalariados de las multinacionales y banqueros embadurnados de falsas promesas que tienen establecido el enriquecerse rápido como prurito.. Periodistas nada liberales que actúan siempre buscando el interés del dueño que les firma sus cheques; una sociedad más pendiente de las vergüenzas  y de los sinvergüenzas  que de los verdaderos problemas de la sociedad: paro, inseguridad, educación, sanidad, etc.
En Aldea de Santa Foz habían conocido la felicidad de la vida rural. Ellos tenían un huerto donde sembraban casi todo lo que necesitaban. Estaba rodeado de gran cantidad de árboles frutales y poseían, también, una granja con gran variedad de animales incluyendo unas colmenas de donde obtenían una miel de excelente calidad.
El bosque de Aldea es famoso por poseer una de la masa forestal más variada de toda Europa. En él nos podemos encontrar con diversos tipos de robles (marojo, albar, quejigo, carballo), hayas, fresnos, arces, álamos, tejos milenarios, abedules, abetos, acebos y pinos. Habitan también gran cantidad de animales: corzos, jabalíes, martas, ardillas, gatos monteses,  y el impresionante lobo. Es un lugar donde los entomólogos y los micólogos pueden disfrutar eternamente.
Con su padres había andado todo los alrededores aprendiendo a distinguir los distintos tipos de árboles, muchas variedades de plantas y sus utilidades, así como bastantes fuentes, algunas de las cuales las habían recuperado para su uso ya que cuando ellos llegaron estaban bastantes deterioradas.
Una de las cosas que más le gustaba era sentarse con sus padres en el espesor del bosque y escuchando el trino de los pájaros ir distinguiendo a cada uno de ellos. Así si escuchaba el “scaaac, scaaac” ya sabía que era el arrendajoque tiene por costumbre avisar a todos sus compañeros de la presencia humana; si escuchaba el “tichi-tichi, tichi-tichi” sabía que correspondía a un carbonero; el ruiseñor emitía un “ uit – carr, uit carr “ que lo delataba. También había aprendido a distinguir las rapaces en vuelo y, sobre todo, había aprendido a respetar toda la naturaleza.
El día 25 estaba próximo y ese día todos los niños de clase vendrían a conocer el bosque en el cual él pasaba tanto tiempo disfrutando y aprendiendo. La víspera a ese día él no había podido dormir y mucho antes de la diez—hora a la que tenían previsto llegar sus compañeros— ya estaba en la plaza esperando al autobús. Este no se hizo esperar y justo a la diez en punto arribaba a su destino. Cuando el conductor abrió la puerta salió primeramente los dos profesores y luego,  en buen orden, las niñas y los niñas deseosos de pisar tierra y poder estirar las piernas.
Tan solo Casilda, una niña rubia, de cara redonda, ojos negros y el rostro lleno de diminutas pecas  se acercó a Raúl y lo saludó.
—Buenos días, Raúl.
—Buenos días, Casilda. ¿Qué tal el viaje?
   ¡Puuf! No ha sido muy largo y espero disfrutar mucho aquí.
Al poco tiempo de llegar allí el autobús, y cuando el profesor había colocado a los niños en orden para iniciar la marcha llegaron los padres de Raúl y le dijeron a los profesores que si no le parecía mal a ellos, los niños podrán visitar primero la huerta y la granja y luego  hacer su visita al bosque. Los profesores no pusieron pega y además estaban encantados de que los niños pudiesen ver al natural esos animales  que solo conocían por las imágenes de los libros de texto.
Lo hicieron según lo acordado y empezaron por la huerta y los árboles frutales, que en esta época del año pocos eran los que tenían frutos. Matilde, una niña esbelta, portadora de unos bellos ojos azules y una larga melena azabache le pregunta al padre de Raúl:
—Señor padre de Raúl, ¿los pájaros no les comen las cerezas?
El padre de Raúl mira a la niña y le dice: “Perdón, no me he presentado. Me llamo Isidro y mi mujer Verónica. Y sí, sí que los pájaros me comen algunas  cerezas, pero por aquí hay mucha comida y siempre nos dejan las suficientes para nosotros. Aquí no es como en la ciudad que ellos tienen menos comida y hacen más daño a los frutales.
Luego le toco el turno a la granja y allí los niños disfrutaron mucho más que en la huerta, viendo a los animales. Había: conejos, gallinas, pavos, codornices, palomas, un perro y un  burro. A los niños los dos animales que más le llamaron la atención fueron: Nigeriano y Platero. Nigeriano es un mastín enorme totalmente negro y Platero un burrito casi en su totalidad blanco si exceptuamos su mancha negra en el hocico. A las niñas les impresionaron más los gazapos porque se dejaban acariciar, eran muy suaves y había de varios colores y tamaños.
Llega la hora de visitar el bosque y los niños tuvieron que dejar sus animales, colocarse en orden, despedirse de Isidro y Verónica e iniciar en silencio su recorrido. Durante el recorrido los profesores iban explicándoles los árboles que se iban encontrando, que arbustos, les mostraba los diferentes tipos de hojas y en aquellos que todavía tenían frutos además les enseñaba algunas de sus utilidades.
Era cuando atravesaban un tramo de pinos cuando Arturo vio una seta, se abalanzó sobre ella y señalándola le preguntó al profesor qué seta era. Ninguno de los dos profesores era un entendido en el tema, así que Raúl dándose cuenta del hecho fue y le dijo a Roberto que esa seta era una Amanita muscaria que también la llamaban seta de los enanitos y en otros lugares matamoscas porque antiguamente se usaban para matar a las moscas aprovechando su toxina.
   ¿Y qué es la toxina? — le preguntó Noelia.
   Un veneno que contiene la seta – le respondió.
Así continuaron su caminata y cada vez que aparecía una seta era Raúl el encargado de explicarles su nombre y si era buena o dañina. Entre otras se toparon con el níscalo (Lactarius deliciosus) y Raúl les comentó que si los comían iban a orinar naranja, pero que no se alarmasen que no pasaba nada por ello; con un grupo de Aleuria aurantiaca, que como son tan pequeñas y de un color naranja tan bello les gusto a todos; con la molinera (Clitopilus prunulus) así llamada por su fuerte olor a harina y les explicó que era difícil de distinguir y había que tener mucho cuidado porque se confundía con otras muy venenosas; con la Armillaria mellea  que huele a miel y crece en grupos sobre tocones de árboles; con unos Boletus edulis que es una de las setas más apreciadas y buscadas por los seteros de todo el mundo; con la Amanita phalloides que con su color verde oliva y su buen olor  camuflaba el ser la seta más mortal de todas las que salían en el bosque.
A las una y media pararon en una campa cerca de una fuente para que los niños tomasen los bocadillos que les habían preparados sus papas.
Serían ya las cuatro de la tarde cuando decidieron volver. Los niños iban cansados, así que venían muy pacíficos y casi todos traían alguna hoja, alguna seta o incluso una piedra si eso le había llamado su atención. Serían sus trofeos, los que enseñarían, luego, bien ufanos a sus padres.
Los padres de Raúl ya los estaban esperando les preguntaron qué tal les había parecido el recorrido y para compensarles su agotador trabajo le regalaron a todos un pequeño queso que habían fabricado ellos mismos.
Los niños se alegraron muchísimo  con el queso ya que así podían regalar a sus papás algo más sustancioso. Y así se despidieron de Raúl y de sus papás.
Para Raúl ya solo quedaba saber cómo le recibirían los niños el próximo día en el colegio. Él quería que todos fuesen sus amigos y que todos jugasen con él.
Esta noche sí que durmió placenteramente.

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